Este artículo tiene como objetivo inducirles a reflexionar sobre la vertiginosa evolución del mundo financiero en la era digital en la que estamos inmersos y los cambios que están por venir, más pronto que tarde.
A nadie le gusta los bancos, pero históricamente han formado parte de nuestra vida cotidiana en la medida en que están presentes en las ciudades e intervienen de una forma u otra en la mayor parte de las transacciones económicas, pero ahora que la tecnología ha provocado una disrupción en muchos sectores, cambiando nuestros hábitos de consumo -algo que ha revolucionado también el sector financiero-, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿nos hará falta la banca tal y como la conocemos en el futuro?
La digitalización está remodelando la forma en que utilizamos el dinero a escala mundial y ha reemplazado muchos de los servicios que tradicionalmente viene prestando la banca: medios de pago, concesión de préstamos, gestión del ahorro, compraventa de valores, descuento de pagarés y facturas, transferencias de efectivo, etc. Por si fuera poco, las criptomonedas han irrumpido en el mundo de las finanzas, suponiendo una nueva clase de activo basada en la tecnología blockchain y que ha venido para quedarse, haciéndose un hueco relevante en el ámbito de la inversión, pero también inquietando a bancos y reguladores que lo están asimilando de forma acelerada para tomar parte activa en este terreno. Adicionalmente, en la medida en la banca ha tenido que redimensionarse a la baja en un ejercicio de contención de costes para compensar los márgenes decrecientes de negocio derivados de la Gran Crisis Financiera, principalmente con los tipos cero, las medidas extremas de saneamiento de balance, venta de activos y reducción de personal y oficinas, a esto hay que unirle que, cada vez más las empresas acuden a los mercados de capitales a financiarse, así como a la financiación privada Peer-to Peer a través de plataformas electrónicas e incluso offline. Los bancos por tanto están en medio, sufriendo un efecto “pinza”, por un lado, tienen las Fintechs (empresas de base tecnológica que prestan servicios financieros), y por otro, los mercados de capitales e inversores privados que financian a los demandantes de crédito, e incluso, a las propias Fintechs en sucesivas rondas de capital en sus inicios. Por no mencionar a las BigTech (Google, Apple y compañía) que también están haciendo su incursión en el sector.
La revolución tecnológica en el sector de los servicios financieros comenzó en Asia hace algunos años, especialmente debido a los millones de personas que no estaban “bancarizadas,” pero si tenían en sus manos un teléfono inteligente y por tanto conectividad. La primera solución que se les brindó fue poder pagar con el móvil y transferir dinero entre usuarios, simplemente con un mensaje SMS, dado que el dinero es un dato y se trata de enviar datos. Aquello resultó ser el inicio de una tendencia global global.
Muchos analistas han realizado comparaciones de la banca con sectores en los que los principales actores tradicionales han sido desplazados y sus negocios muy afectados con la entrada de nuevos actores tecnológicos, tales como el Taxi por Uber/Cabify, o los Videoclubs por Netflix, pero no es lo mismo, dado que la banca supone el nexo entre los Bancos Centrales respaldados por sus Estados o unión de países, quienes emiten el dinero de curso legal y por tanto respaldan, y la economía real conformada por particulares y empresas. El paradigma sin embargo, ha cambiado: históricamente los bancos se han beneficiado la amplia base de clientes depositante de sus ahorros, que les servía para realizar su actividad troncal: conceder créditos. El modelo tecnológico impulsado por las Fintechs, descansa en la utilización de los datos de los usuarios, que procesan de forma muy rápida, para prestar a los usuarios finales, de forma segura, compitiendo directamente con la banca en su negocio troncal. El big data y su análisis, les ha permitido afinar la información, determinando a quienes prestar vs los arcaicos modelos de scoring de crédito que todavía se utilizan en una parte de la banca tradicional minorista. En China estas empresas han alcanzado el 2% de la cuota de mercado de préstamos del país en tan solo 5 años, imagínense el potencial.
Los banqueros están preocupados por este movimiento global y les resulta muy competitivo el entorno, si bien, han empezado a reaccionar, más allá de su propia digitalización:
(i) algunos han comprado literalmente Fintechs y las han integrado en su organización, mejorando procesos y experiencia del usuario final,
(ii) otros, participan como inversores financieros en algunas Fintechs para no perderlas de vista y emular su modus operandi, intentando replicar su tecnología,
(iii) finalmente, se producen acuerdos de partnership o colaboración entre bancos y Fintechs, de forma que éstas les permiten mejorar sus procesos y prestan servicios directamente a los clientes del banco en sustitución de servicios originales de éste.
Aquí entra en juego el concepto de “open banking”, que ha venido para quedarse, permitiendo ecosistemas seguros, que ponen a disposición del usuario final piezas de información de la forma deseada. La colaboración banco-fintech va en aumento y es que, en muchos casos, la fintech no tiene licencia bancaria y está limitada en cuanto a su actividad y servicio que presta, mientras el banco no genera con su tecnología la experiencia de usuario que permite aquella. Los ganadores serán aquellas entidades bancarias que sean ágiles y humildes en identificar aquellos servicios que saben lo hacen muy bien, y se asocian con Fintechs que rellenan sus debilidades. El modelo de negocio bancario del pasado no es el modelo de negocio del futuro, ni para los bancos ni para las Fintechs. Los primeros han de ser creativos en reinventarse y los segundos han de ser líderes de nicho y escalar.
Si el dinero pasa a ser digital y todo indica que así será dentro de unos años -más de 50 bancos centrales están explorando la posibilidad de introducción de sus respectivas divisas digitales en sus zonas de actuación a la mayor brevedad posible-, en teoría conducirá a un sistema financiero más seguro, con menores posibilidades de crisis financieras, fraude, blanqueo de capitales, etc., si bien los principales riesgos girarán entorno a la privacidad y veracidad de los datos. Quédense con el concepto: CBDC (Central Bank Digital Currency).
En un mundo en el que los pagos serán digitales, probablemente, el sistema monetario actual en el que el propio banco central emite la divisa de pago y a su vez aplica política monetaria que influye a su vez sobre la evolución de la propia divisa, no sea eficiente en su funcionamiento, por lo que se tendrá que rediseñar. Y es que los bancos centrales ya no tendrán que canalizar sus recursos crediticios a través de los bancos comerciales necesariamente, ni tampoco distribuir la divisa de pago por este mismo canal. Dependiendo del objetivo que persigan con el lanzamiento de las CBDC, tendrá unas u otras características y por tanto implicaciones sobre los respectivos sistemas financieros. Idealmente, los bancos centrales deberían lanzar CBDC con parámetros homogéneos en términos de universalidad, titularidad o anonimato, devengo de intereses (en su caso) y uso.
Ahora que estamos viviendo una crisis económica y social derivada de la pandemia, en el caso de las CBDC, los bancos centrales podrían canalizarlas ayudas directas a empresas y familias “directamente” sin intermediarios y sin necesidad de articular instrumentos especiales como préstamos avalados, bonificaciones, subvenciones, etc. También es verdad que los bancos centrales deberán velar por la privacidad de los datos de los ciudadanos y ser respetuosos con los mismos, esto es, cuidar la seguridad y obviamente no vender datos a terceros. Por ello, los bancos centrales son muy cautelosos hablando sobre este tema. El BCE, en palabras de su presidenta Christine Lagarde, se ha propuesto lanzar su divisa digital en los próximos 4 años.
A priori, las CBDC suponen una amenaza adicional para la banca comercial dado que muchas de las funciones que realizan podrán ser inutilizadas con su introducción, por ejemplo, los pagos podrán ser instantáneos, gratis, seguros… La gente piensa que su dinero está seguro en el banco porque hay un Fondo de Garantía de Depósitos que cubre su pérdida ante una eventual quiebra de la entidad (hasta 100.000 € en el caso español), pero no hay lugar más seguro que el propio banco central, dado que es la institución emisora del dinero y además respalda su valor económico. Esto podría propiciar que muchos de los clientes bancarios saquen su dinero y lo pongan en su CBDC bajo la plataforma del banco central, lo cuál haría a éste ganar un protagonismo total, pero como riesgo sería un objetivo goloso para los delincuentes cibernéticos.
En conclusión, si todo se digitaliza: pagos, préstamos, gestión de los ahorros, dinero privado y dinero publico…y los mercados de capitales y la financiación privada están en auge ¿tiene sentido que sigan existiendo los bancos? Aquí se los dejo, pero en mi opinión, éstos desempeñarán cada vez un rol menor, si bien, no desaparecerán. Aviso a navegantes.